El pandillero que nunca fue

MORRISEY

A Morrissey siempre lo lamparearon los pandilleros. Los cotidianos anónimos de verdad, los que no posan ni hacen show. Esos que se baten sin promesas, garantías ni arraigo. Esos entre los que algunos se persignan a ojos cerrados y de espaldas por si les toca…

En 2004 varios periodistas se entusiasmaron al ver la oportunidad de acercarse otra vez al ex The Smiths, un artista de boquita vende notas. Siete años de sequía, un nuevo disco entre manos, el You Are the Quarry, y el sencillo sugestivamente titulado «First of the Gang to Die» parecían buen pretexto para tentarlo.

La relación que tengo con las pandillas se centra en la envidia porque de joven nunca fui parte de una, pese a que era mi deseo”, afirmó en una conversación con Jake Arnott. “Debe ser un pasatiempo enteramente satisfactorio pertenecer a una pandilla, sobre todo por ese concepto de violencia en carne propia. Vivir en el agujero me resulta fascinante… expuesto a esa toma y daca de la vida”, abundó “Moz”, quien posaba en la tapa del disco sujetando una ametralladora.

Para entonces el vegano había cambiado de aires y se había establecido en Los Angeles, una de las guaridas por excelencia de pandillerismo y vandalismo en Estados Unidos. Y si bien dijo que echaba de menos “la ridiculez y lo absurdo de los británicos”, se puso en modo esponja para llenarse de un sol distinto, un acento latino y esa vibra inusual de una frontera caliente con México. Así, fue pan comido componer una historieta de gamberros chicanos del este de Los Angeles con un ficticio “Hector” como protagonista de «First of the Gang to Die».

Morrisey / Salvador Bonilla
Salvador Bonilla / @photolivemusic

En la charla con Arnott el inglés detalló varias razones por las cuales encontró en esta ciudad un patio mágico, habiendo desechado urbes más estéticas como Florencia y París.

Igual admitió que un día volvería a su tierra porque los excesos y brillitos de Beverly Hills no precisamente garantizaban mucha salud a un ente con humor de murciélago. Al final, era el mismo tipo que alguna vez confesó que su primerísimo anhelo por la mañana era encontrar la manera perfecta, pacífica y diplomática de eludir la mayor cantidad de gente posible. Y montado en su Jaguar yendo a toda velocidad, con la mirada clavada en el horizonte y barriendo hombrecillos con ráfagas de aire, cumplía su capricho: “Se dio el momento de abrir distancia entre el pasado y yo, y para eso, a veces, uno tiene que ir a vivir a otro sitio. Yo nací y crecí en el norte de Inglaterra, con la lluvia.”

Años después, Larry King lo cuestionó sobre la extraordinaria lealtad de sus seguidores mexicanos y la forma en que la gente suele enloquecer al escuchar los primeros acordes de canciones como «First of the Gang to Die». El copetudo atajó: “No lo sé explicar, pero lo veo como algo hermoso. Supongo que todo viene de la pasión por la música y los mexicanos son muy apasionados y les place escuchar algo acerca de la realidad.”

El abrasador sencillo donde Morrissey mezcló la pólvora con el evangelio de los callejones angelinos para enterarnos de que el macarra “Hector” acabó con una bala en la garganta, obtuvo el sexto puesto en Reino Unido, además de instalarse como uno de esos cortes que causa el pandemonio cuando el dandi lo escoge como primer tiro de su arsenal de hits en directo.

En la tarima, como en los arrabales, el disparo inicial siempre muestra el tono de la refriega.

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